Se ha considerado el Grito de Asencio de 28 de febrero de 1811, como el paso inicial del proceso que condujo a nuestra independencia y así fue señalado por la Ley No 18.677, de 13 de agosto de 2010, que declaró el año 2011 como de “Celebración del Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental” y que tuve el honor de votar como diputado.
Comienzo quieren las cosas y ese fue el del proceso de libertad hacia la independencia del pueblo oriental. Y fue dado por el criollo libre oriental, el gaucho, entre el ganado libre cimarrón, saliendo de la sombra del monte y a la orilla del arroyo Asencio.
Su singularidad es ser la manifestación social y auténtica del sentir de un pueblo, único en los anales de la Revolución Hispanoamericana, pues al tiempo de iniciar una campaña de alzamiento rural, desde el interior del país, marcó el objetivo de su accionar y pensamiento: la defensa de la autonomía de los pueblos libres, su soberanía y autodeterminación, como un verdadero estado nación, sobre bases propias emanadas del pueblo mismo.
Este hecho histórico fundado en estos conceptos de libertad y autodeterminación, en contexto de tiranía, opresión y derechos fundamentales avasallados por una autoridad opresora, desorden social, insatisfacción y graves problemas nunca atendidos, es oportuno evocarlo en su nuevo aniversario en este espacio de libertad en la red, por su actualidad en el continente. Sirve de ejemplo, inspiración y motivación a la constante búsqueda de los pueblos que quieren ser libres para despojarse de autoridades ilegítimas que los oprimen.
En febrero de 1811 había en la Banda Oriental un clima de levantamiento y de reacción desde los sucesos de la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires.
El gobierno colonial exigía a los tenedores de tierras la regularización de los títulos de propiedad y presionaba a todos los organismos públicos para obtener la mayor cantidad de recursos, en forma de donativos, contribuciones y empréstitos patrióticos, es decir, imposiciones a la población para que afrontara los gastos generales de la gestión en este territorio colonial.
Las poblaciones de la Banda Oriental que quedaron sujetas a la autoridad de Montevideo, regentista y en su momento sede del Virreinato, soportaban la presencia de tropas enviadas para someterlas, hacerse cargo de los alojamientos y de los donativos, sus ayuntamientos habían visto desconocidos sus fueros y atribuciones por la acción de los comandantes militares, los párrocos despojados de los diezmos, los hombres sueltos de la campaña –los gauchos tenidos por vagos- se les perseguía por las levas y los hacendados eran afectados en sus intereses por las contribuciones que se les exigían.
El contexto de factores económicos y políticos era propicio para el surgimiento de un movimiento revolucionario en la Banda Oriental que estaba desorganizada, desarticulada administrativamente, con sus problemas principales sin solución, atravesada por el contrabando, con enfrentamientos entre los grandes poseedores de tierras y los que las ocupaban sin permiso, la dispersión total de los indígenas, con vagancia, hombres sueltos, paupérrimas poblaciones que surgían con el rechazo de los grandes propietarios, carencia de jueces y muchos problemas sociales más que, coadyuvando con las medidas para obtener recursos e imponer autoridad, dieron pie a la acción revolucionaria.
En la campaña, donde se daba el antagonismo entre españoles y patricios, estallaría la protesta rural de 1811, por la insatisfacción creada por esas exigencias y por la sujeción a un régimen de fuerza y de contribuciones que hirió sus sentimientos e intereses.
Mientras Artigas, que ya había abandonado -el 15 de febrero- las filas españolas para ofrecer sus servicios a la causa revolucionaria, procuraba buscar ayuda en Buenos Aires, el 28 de febrero de 1811, dos caudillos locales, Venancio Benavídez y el pintoresco riograndense Pedro Viera, a orillas del arroyo Asencio, al mando de una montonera de paisanos, lanzan el pronunciamiento anticolonial y a favor de la Junta de Buenos Aires, conocido como El Grito de Asencio, considerado tradicionalmente como el principio de la revolución oriental hacia su independencia final. Horas después vino la toma de Mercedes y comenzó el levantamiento general de la campaña que en la terminología artiguista fue “la admirable alarma”.
A la convocatoria inicial se sumó la de los caudillos locales y regionales, levantando a la gente en armas para luchar contra el poder español y allí estaban, entre otros, Félix y Fructuoso Rivera en Durazno, Blas Basualdo y Baltasar Ojeda en Tacuarembó, Tomás García de Zúñiga en Casupá, Manuel Francisco Artigas en Florida, Juan Antonio Lavalleja en Minas, Julián Laguna en Belén, Joaquín Suárez y Fernando Otorgués, desde el Rincón del Cerro.
Ellos encendieron la chispa revolucionaria que “en cien lugares de la campaña”, al decir de Artigas, la convirtieron en un fuego que jamás se apagará.
La Revolución de la región ya había comenzado, en Buenos Aires y en 1810 y la Banda Oriental se hizo parte de la misma. El propio Artigas en su correspondencia desde su campamento de Mercedes en abril de 1811, lo aclara en su proclama de convocatoria al pueblo oriental para luchar: “…Leales y esforzados compatriotas de la Banda Oriental del Río de la Plata: vuestro heroico, entusiasmado patriotismo ocupa el primer lugar en las elevadas atenciones de la excelentísima Junta de Buenos Aires, que tan dignamente nos regentea…”.
En el Grito de Asencio faltaba el caudillo integrador don José Artigas, pero ya en abril de 1811 la Revolución Oriental lo tuvo como su guía y organizador, imprimiéndole cohesión al movimiento anárquico. Desde entonces habrá ideología explícita, orden y disciplina para conformarla como una verdadera Revolución, por emanar desde las bases, desde los sectores populares, del mismo pueblo, que reclama los cambios necesarios para llegar a la justicia social y a legitimidad de las autoridades.
Como consecuencia del Grito de Asencio comenzaron a caer en manos patriotas distintas poblaciones, como Mercedes ese mismo día, lugar en el que Artigas estableció su primer Cuartel de mando. A su vez Buenos Aires nombró a Manuel Belgrano como General en Jefe del Ejército de la Banda Oriental, mientras Artigas partía el 9 de marzo a ofrecer sus servicios a la Junta de Mayo y comprometerse a “llevar el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo”, lo que le fue aceptado y Belgrano le da el mando de las tropas orientales “que pudiere juntar”.
Además, desde entonces, se sucedieron espontáneamente hechos, escaramuzas y batallas de mayor virulencia. La Batalla de San José, primer triunfo patriota trascendente en nuestra región, y en ella la caída del considerado “primer mártir de la Revolución”, el Capitán Manuel Artigas, muerto tras ser herido en la misma, y hoy reconocido en todos lados como tal, con homenajes en Buenos Aires y por la Réplica de la Pirámide de Mayo que orgullosa se levanta en mi querido San José.
Es el Grito de Asencio un hecho fundamental de nuestro devenir como nación y estado, aún cuando existan discusiones historiográficas de si fue o no un movimiento subsidiario de la revolución platense.
Es importante resaltar que el levantamiento oriental fue una decisión autónoma y justa. Entre 1811 y 1813, luchó “contra toda clase de tiranía”, lo que lo legitima según el pensamiento de la época con John Locke a la cabeza y su teoría contractualista que justifica el derecho de rebelión de los pueblos contra los tiranos.
Dice Locke en “Segundo Tratado sobre el gobierno civil”, capítulo XIX, que “cuando un pueblo es oprimido tiene derecho a resistir, tiene incluso la obligación de combatir los gobiernos ilegítimos, de derrocarlos y de reemplazarlos”.
Resulta imprescindible establecer lo que significaba por entonces “tirano” y “tiranía”. Tirano era quien no respetaba los derechos naturales de las personas que lo habían ungido para gobernar, y tiranía era el cúmulo de acciones que ponían en acción tal conducta.
Los orientales lucharon contra la tiranía, que para ellos la constituían las decisiones arbitrarias de los españoles de Montevideo, ciudad puerto y comercial, que desconocía constantemente los derechos inalienables del pueblo y la ilegalidad o mejor, ilegitimidad, de esas autoridades. Ilegalidad por tomar decisiones de hecho y no de derecho. Ilegitimidad porque al reconocer al Consejo de Regencia se abrogaron las de Montevideo la soberanía sin consultar al pueblo soberano.
El levantamiento se produjo porque Montevideo abusara del poder y porque ejercía un poder que no emanaba del pueblo.
En aquella época, en estas regiones, las constituciones no existían y la legitimidad de los gobiernos, de acuerdo a la doctrina revolucionaria, se basaba en la aceptación que le daban los pueblos a través de las Juntas. El Rey, Fernando VII, autoridad legítima pero que estaba prisionero de Napoleón en Francia, determinaba que la soberanía volvía al pueblo para que éste decidiera su futuro. Los españoles de Montevideo no procedieron así, por ende, su autoridad era ilegal, ilegítima y abusiva.
Artigas y los orientales por entonces no lucharon contra Fernando VII, Rey de España y de Indias, porque reconocían que su poder era legítimo. Lucharon contra quienes pretendieron ser albaceas de algo que no les correspondía y con propósitos personales e interesados.
Cuando los orientales en Asencio dieron el grito de libertad era para defender su autonomía y soberanía particular, pasaron dos años para que se hablara de independencia, aunque haya discusiones historiográficas también sobre esto.
Se luchó desde el pueblo mismo para que se respetaran derechos y organizaciones políticas, no para causar a través de la batalla y las armas un caos e imponerse sin reparar en daños, ni medios, teniendo siempre claros los fines que se buscaban.
Eso hace aún más valiosa nuestra Revolución. Cuando Fernando VII se transformó en tirano, llegaría el momento de replantear objetivos, cuando las autoridades de Buenos Aires, al igual que las de Montevideo, pretendieron avasallar nuestros derechos, se transformaron en tiranos y, por ende, también los enfrentamos.
Esa ha sido la idiosincrasia oriental, con valores inclaudicables, liberales defendiendo derechos, fuertes y justos para enfrentar a los tiranos, magnánimos para que la justicia les llegue a todos por igual.
El 28 de febrero de 1811 esos valores comenzaron a ser defendidos, sin muchas bases ideológicas todavía, lo que da gran significación al acontecimiento, al defender los derechos naturales desde la convicción de hombres que sin que nadie les instruyera al respecto, portaban las banderas de la libertad y de la justicia, de la autodeterminación y de la soberanía y dispuestos a dar la vida en pos de ellos, para ellos y para todos.
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