Cuenta la historia que ciertos países se sentían libres, sus ciudadanos votaban con regularidad, elegían a sus autoridades, se expresaban libremente, hacían lo que querían dentro de la ley que se habían dado.
De a poco, esas leyes fueron prohibiendo pequeñas cosas. Una a una se fueron sucediendo mínimas prohibiciones que, al ser tan reducidas no llamaban la atención de nadie. Es más, comenzaron a crecer las legiones de defensores de las prohibiciones.
En un momento, comenzaron a quebrantarse las leyes. Aparecieron delincuentes que afectaban la vida y los bienes del resto de las personas. El Estado, único que podía usar de manera legítima la fuerza, se vio sobrepasado en su eficiencia para poder contrarrestar la acción delictiva. Entonces, poco a poco, fue apelando al instrumental de las prohibiciones, como si de una receta médica se tratase.
Fue tal el avasallamiento sobre la libertad, que los ciudadanos honestos, que siempre respetaron la ley, se vieron un día encerrados en sus casas, llenas de dispositivos de seguridad; sin poder consumir determinados alimentos; inhibidos de disfrutar de manera libre sus vicios sociales; sin poder disponer de su dinero en tiempo y forma; sin poder elegir en qué centro tratar sus enfermedades; sin poder elegir dónde educar a sus hijos. Hasta los mensajes televisivos eran obligatorios, pues se repetían una y otra vez en todos los canales de aire.
La única forma de safar de todo eso, era pagando. Pero no vaya a creer, estimado lector, que en aquellos países no se cobraba impuestos. Nada más lejos de la realidad. Se cobraban y muchos. Pero los gobiernos no daban la seguridad, educación y salud que debían a cambio de tan onerosas cargas impositivas. Entonces, el que quisiera elegir a dónde mandar a sus hijos a estudiar, elegir atenderse en un servicio de salud de calidad y protegerse cual bunker para la guerra de la delincuencia, debía pagar aparte.
O sea que la libertad existía, pero solamente para quienes podían pagar por ella.
Esos países no apostaban a comerciar con otros, para generar más oportunidades de industria y empleo.
Preferían estar encerrados en sí mismo o encerrados con sus vecinos.
Eran más importantes las relaciones de amistad y de igualarse en el pensamiento, que defender el trabajo de su gente.
Para estos gobiernos, la libertad no era un valor. Ellos preferían la igualdad. De tal manera que apuntalaban ésta en desmedro de aquella.
A los habitantes de esos países les quedaron dos opciones. O se rebelaban y cambiaban de gobierno, o se iban ellos a países donde la libertad era un principio esencial.
Este relato está basado en hechos reales. Sin embargo, si usted encontró alguna similitud con situaciones de la vida actual, son meras coincidencias y corren por parte de su imaginación.
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