Hace pocos días el número dos del régimen de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, advertía: “la brisa bolivariana recorre la región…y se convertirá en huracán”.
Ya vimos lo que pasó en Honduras y Ecuador, ahora Chile estalla de manera irracional y poco creíble, por un aumento en las tarifas del metro de apenas un peso cincuenta centavos, si lo comparáramos con tarifas nacionales.
¿Es lógica tal reacción por una suba tan ínfima? ¿Es coherente o racional destruir buena parte del sistema de transporte urbano de un país, paralizarlo y dejarlo al borde del colapso por un ajuste tan ínfimo? ¿Acaso los “reclamantes” no han generado una pérdida millonaria que repercutirá en el bolsillo de todos los contribuyentes con sus exorbitantes destrozos, superando con creces las pérdidas de un aumento de apenas peso con cincuenta?
Pero la pregunta más preocupante es ¿quién está detrás de esta “brisa bolivariana” como la definió el Sr. Cabello?
Lo cierto es que al día de hoy no hay un líder con quien sentarse a negociar o a quién culpar por tamaños destrozos, tanto en Ecuador como ahora en Chile. La horda acéfala que destruye todo a su paso, integrada mayoritariamente por estudiantes (en el caso chileno) o por indígenas (en el caso ecuatoriano) parece estar liderada por esa entelequia identificada con la máscara del film inglés V de Venganza, llamada Anonymus.
Y mientras esa brisa bolivariana avanza por América Latina sin aparente líder, el recuerdo de épocas oscuras para el continente, afloran en la memoria.
Nuevamente, como en aquellos años de la Guerra Fría, gobiernos electos democráticamente, con presidentes que ya gobernaron en ocasiones anteriores sin ningún tipo de viso autoritario (como en el caso de Piñera en Chile), deben afrontar una arremetida desestabilizadora, sin objetivo claro más que sembrar el caos y la inestabilidad.
Esta vez no hay una ideología clara detrás de estos movimientos (como la de aquella época) sino un modus operandi común: disturbios, agitación social, generación de caos, la necesidad de intervención de las autoridades y la inmediata denuncia de abusos y excesos policiales.
Un coctel ya probado, orientado a tumbar y desprestigiar gobiernos.
No es casualidad que una vez más, como hace más de cuarenta años, dos potencias fuertes estén orbitando en continentes opuestos.
El resurgir de Rusia, la intervención de los Estados Unidos en su zona de influencia (en Ucrania más precisamente), la transformación de Venezuela en la Cuba del S. XXI (apalancada por Rusia, China e Irán) parecen ser un deja vu de una época pretérita, que creíamos superada.
Pero fiel a la máxima de que la historia es cíclica, la frágil memoria de los pueblos olvida y en tan poco tiempo, parece que estamos repitiendo errores y horrores, del pasado.
Y como pieza final para completar el mosaico, la radicalización de las posturas políticas ganando cada vez más fuerza.
Bautizada por los argentinos como la “brecha”, la fractura social se abre por el continente al paso de la “brisa bolivariana”, fragmentando el tejido que nos mantiene unidos en los valores republicanos y democráticos.
Parece que tanta agua debajo del puente, nos ha hecho olvidar lo más importante: la libertad, nuestro bien más preciado, es muy frágil, se pierde en un abrir y cerrar de ojos y recuperarla lleva años, sangre, sudor y lágrimas.
Esperemos estar a tiempo de recordar la valiosa lección que creíamos, habíamos aprendido para siempre.
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