Cada libro tiene su momento para caer en nuestras manos. Creo que esto lo digo en cada nota que escribo. Y es que así lo siento, pues el vínculo con la narración de cada libro, nos hace cómplices de una realidad tanto sea ficción, verídica, cercana o lejana a nuestro parecer.
Leer una novela es un acto casi de complicidad con el escritor. Entrar en su juego, dejarnos llevar, emocionarnos, estar de acuerdo o disentir, enojarnos, alegrarnos e inclusive hasta ser indiferentes. Siempre agradezco el tiempo del escritor que se ha tomado para hacernos navegar dentro de su narrativa. Descubrir un autor a través de su escritura también es un buen desafío. Quien escribe con el alma, con sentimiento, desde su total convencimiento lo deja entrever por más distante que pueda ser esa historia de nuestra realidad. Debe de ser por eso que nunca leo ciencia ficción y que en la mayoría de los casos escojo escritores contemporáneos, atentos y sensibles a lo que les rodea, que describen lo que sucede a su alrededor. Aquellos que hacen un alto en un detalle para dar cuenta de algo que a veces en el trajín diario se nos pasa por alto.
A Ruperto Long ya lo había conocido en su novela anterior, La niña que veía los trenes partir (2016) y me había cautivado. Difícil no lea el siguiente libro de un autor que me haya gustado. Les voy dando crédito.
También reconozco que me gusta ser seducido por los escritores con historias que me emocionen. Para mi el arte pasa por ahí. Si una obra de arte no me conmueve, no me transmite nada, paso de ella. Apelo a la construcción emocional mas allá de la intelectual. Así funciono a esta altura de mi vida que prefiero más calidad y no cantidad. Siempre digo que somos construcciones de nosotros mismos. Al menos así es en mi caso donde me he propuesto desde hace varios años, desde cuando en la adolescencia definí mis gustos, que es lo que quería ser y como ser. Desde ese momento supe el lugar que le daría al arte y a la literatura en mi vida, materias que siempre me han acompañado. Soy el producto de lo que me he propuesto ser. Desde todo punto de vista, aunque algunos aspectos nos sean tan difíciles de lograr por no decir imposibles.
El hecho es que, revisando libros en las estanterías de la librería, ojee esta nueva novela de Long y no me convenció.
Esperaré un poco, me dije. La temática no me había atrapado y mucho menos la diagramación del libro con tantos sub capítulos y fotos. A priori me resultó difícil de abordar, pues me gusta discurrir en la temática y esto lo veía con muchos cortes, muy al estilo periódico. Razón por la cual lo descarté y salí de allí con otro libro diferente debajo del brazo.
Pero el destino tenía otra cosa planificada para mi. A los pocos días Ruperto me llama por teléfono diciéndome que mucho le gustaría leyera su novela y muy atentamente me hizo llegar hasta mi casa un volumen con una dedicatoria como pocas veces uno recibe. De esas que dan ganas de encuadrar, pues está bueno leerlo seguido, máxime en aquellos días en que uno por diferentes razones decae.
Que ser tan exquisito este Ruperto, pensaba mientras ojeaba su libro que me llegó en el momento justo, en un momento en que buscaba que leer. Lo primero que hice fue devolverle la llamada para agradecerle el gesto, así como la cálida dedicatoria. Aproveché para darle mi sincero parecer en cuanto a mis apreciaciones previas que a priori no me habían convencido debido a la diagramación, cubriéndome un poco por si no me gustaba. Metido en el baile, fui dando pasitos cortos a modo de minué hasta que la historia me pegó un sacudón que me llevó a cambiar el ritmo de baile para pasar a un vals, por decirlo en forma metafórica.
El enganche se produce desde el “había una vez” y el interés va in crescendo. Se trata de tres instancias de la vida del personaje principal llamado Federico Sánchez de la Reina, oriundo de Cabeza la Vaca (España), que se van entrecruzando a lo largo de la novela. Luego de la definición de los rasgos de este personaje que nos cautivan por su don de gente, su amabilidad, su respeto entre otras cosas, se nos hace “campo orégano” para discurrir dentro de su historia.
El libro esta escrito con un enfoque narrativo múltiple, eso quiere decir que el escritor le cede la palabra a otros que se referirán en primera persona, tema que no es fácil de lograr.
Hay una historia personal del personaje principal quien al comienzo de la misma es abandonado por su esposa, termino exacto al cual hace alusión. Esa situación donde Federico se desnuda frente al lector y se muestra un tanto abatido, desolado, es un guiñe para captar la atención del lector que enseguida tiende a contemplarlo y tenerle compasión. Por otro lado, mas allá de su profesión de ingeniero que es de lo que vive en Andalucía, Federico tiene un desafío pendiente que le ayudará a resolver los orígenes de su familia lo que le obliga a regresar 500 años atrás cuando su supuesto antepasado cura, es abandonado por Fernando de Magallanes en una ciudad perdida de la Patagonia, llamada Puerto San Julián. Historias que se complementan con el reencuentro de un amigo suyo de la juventud quien lo llama casualmente, podríamos decir causalmente, desde la Patagonia para invitarlo a su casa. Es así que Federico sin tener claro la razón del llamado de su amigo, ve la oportunidad de saciar tres aspectos en un viaje que no le llevará más de diez días y le hará tanto bien.
A partir de su llegada a Puerto San Juan, ciudad al sur en Argentina, comienza básicamente la historia central de esta novela que trata un tema tan actual y de suma importancia denunciativa como es la trata de blancas, razón del llamado de su amigo quien lo presume, pero necesita de su ayuda para dilucidar el tema. Lo que quiere decir chicas jóvenes, en su mayoría menores de edad, que son seducidas y luego obligadas, a través de medios muy violentos, hasta lograr la sumisión que es el objetivo para el trabajo como prostitutas sin tener opción de zafar del sistema. Chicas que siempre son rehenes de una situación tanto económica como personal que trabajan en un régimen de esclavitud sexual. El tema está desarrollado con mucho conocimiento pues Long viaja y se acerca al lugar para saber del tema a través de varias entrevistas que realiza.
Tomar contacto con el tema nos paraliza. Al menos en mi caso en que desconocía la existencia del sistema básicamente tanto la forma en que se lleva a cabo, me produjo escalofríos. Es atroz que estas cosas sucedan en pleno Siglo XXI y acá vemos otro punto de contacto entre la historia acontecida 500 años atrás donde sabemos de que existían los esclavos y esta actual en que aun hay personas imposibilitadas laboralmente de su libertad.
También resulta muy interesante y sagaz, ver como Long va cambiando de épocas, así como de lugares donde se desarrollan estos sucesos, pasando no solo de un siglo al otro, sino también de ciudades y de años, que va entremezclando en forma desordenada cronológicamente pero siempre de forma muy clara para el lector. Parte de la historia se desarrolla en Montevideo, momento en que el autor describe con conocimiento de causa no solo los lugares sino los rasgos característicos que conforman nuestra idiosincrasia.
Vale la pena destacar que Long viajó a todas estas ciudades involucradas y que en forma tan ordenada las incluye en un par de mapas que facilitan al lector su ubicación.
El motivo inspirador de esta novela al principio fue básicamente escribir sobre la historia de ese cura andaluz que naufraga en tierras patagónicas, -me comentó Ruperto en forma personal-, hilo que va tirando hasta encontrarse con esta otra parte de la trata de blancas que se le cruza por el camino. Seguramente tanto la información como la creatividad de Long daba para dos novelas, pero prefirió unirla en una sola. Avanzado el relato donde el lector viene muy enganchado con la temática de la trata de blancas, Long da cabida de lleno a lo acontecido con el sacerdote 500 años atrás. Este otro tema está muy bien escrito, pero desvía nuestra atención, máxime que está expresado en castizo lo que obliga a un gran esfuerzo para su comprensión. Luego de 45 páginas donde el autor regresa a la España del Siglo XVI, cuesta mucho retomar al tema central de la prostitución de las chicas.
La resolución final no concluye en punto de encuentro entre ambas historias y ese viaje en el tiempo no justifica el desvío. Tal vez este detalle es lo que no me permite considerarlo una novela “redondita”, pero no dejo de reconocer que se trata de un gran libro de lectura casi obligatoria para aquellos lectores ávidos de acercarse a nuestros escritores contemporáneos.
Hay un gran paralelismo, a mi parecer, entre el personaje central Federico Sánchez de la Reina y de Ruperto Long, partiendo desde la profesión de ingenieros, hasta el don de gente de ambos. Ese ser entrañable que vemos en Federico es casi el mismo que percibimos cuando nos acercamos a Long.
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