1923-1924 Un camino de mil millas comienza con un paso

Uruguay national football team 1930.

Uruguay national football team 1930.

El “proceso” mundialista de la celeste, si es que cabe la expresión, dio sus primeros pasos a nivel continental con la conquista del campeonato sudamericano en 1923, que fue lo que posibilitó su participación triunfal olímpico-mundialista en 1924, que es cuando el mundo comienza a conocer a Uruguay por el símbolo supremo de su identidad: el fútbol.

En nuestro país ésta ya era la mayor diversión que tenía su gente y se convirtió en pasión popular indiscutible. Desde el ‘24 la primacía del fútbol uruguayo a nivel mundial se mantendría durante veinticinco años en su máxima expresión. Se sumarían las conquistas mundiales de 1928 (Amsterdam), 1930 (Montevideo), 1950 (Maracaná, Río de Janeiro), el Mundialito de 1980 (Montevideo) y los cuartos puestos mundiales de 1954 (Suiza), 1970 (México) y 2010 (Sudáfrica).

Uruguay en 1924 tenía un prestigio internacional bien ganado a tal punto que ejercía la presidencia del Consejo Directivo de la Sociedad de las Naciones, radicada en Ginebra y que era, nada más ni nada menos, que la antecesora de la ONU y de la que era uno de los 29 países fundadores por el Tratado de Versalles.

A nivel continental los triunfos del fútbol uruguayo comenzaron el 13 de setiembre de 1903 cuando Nacional le ganó a la selección argentina en Buenos Aires en un partido memorable. Y continuaron con las conquistas de los campeonatos sudamericanos de 1916, 1920, 1923 y 1924. Ese impulso al presente totaliza quince Copas América siendo el país que más veces la ha obtenido.

Ese puntapié inicial mundialista del ‘24, la “Ráfaga Celeste”, tuvo un gestor eficiente y entusiasta en la persona del diputado y dirigente maragato Casto Martínez Laguarda, que partió con anticipación a Europa para concretar partidos y obtener recursos económicos imprescindibles para la participación olímpica de los uruguayos.

Martínez Laguarda, que hacía las veces de delegado del seleccionado celeste, logró desvirtuar, haciendo gestiones ante Jules Rimet en la FIFA y en el Comité Olímpico Internacional que presidía Pierre de Coubertin, los reparos que tenía el Comité Olímpico Uruguayo para que se aceptara la participación de esta delegación en el evento de París. Con astucia y eficacia puso como argumento la obtención, por Uruguay y por ese plantel en particular, del campeonato sudamericano del 1923, lo que fue decisivo para legitimar la presencia uruguaya en el certamen.

La fórmula del éxito internacional uruguayo estaba compuesta de excelencia directriz y virtuosismo futbolístico de los guapos y habilidosos jugadores que crecían en el país en tiempos en los que la sociedad vivía en paz, estaba integrada, exhibía un generalizado optimismo económico (eran los “Años Felices” del sentir popular)  y estaba bien gobernada bajo la presidencia del Ing. José Serrato -primer presidente electo por voto directo del cuerpo electoral-, abrigada en la confianza, laboriosidad y sabiduría mezcla de los europeos, criollos y afrodescendientes que la componían. Con gran optimismo y confianza el país avanzaba paulatinamente en su modernización.

Los ídolos de la identidad uruguaya surgen del pueblo, sin distinción de clase social, producto de una real convivencia igualitaria y en la que todos tienen pasión por el fútbol que forma parte de la vida misma de su gente.

Todos los ingredientes reunidos para legarnos el mayor destaque en la que sería la más popular y formidable disciplina deportiva y de entretenimiento internacional que, además, se convertiría en uno de los negocios que moviliza más recursos económicos   en la historia del deporte.

Es necesario valorar en su real dimensión la visión de los dirigentes de la Asociación uruguaya de afiliarse a la FIFA que sería órgano rector del fútbol a nivel mundial y de exponer el poderío deportivo celeste en el más importante certamen del fútbol a nivel mundial en ese momento: los Juegos Olímpicos de París de 1924.

Ambas decisiones fueron oportunamente apoyadas y con igual convicción, por las autoridades gubernativas de ese entonces. Cabe destacar la decisiva colaboración del embajador uruguayo en Francia, el siempre bien recordado don Enrique Buero. Y ni que hablar del Presidente de la AUF don Atilio Narancio, el “Padre de la Victoria”, que para financiar la aventura contribuyó desde su propio peculio, gravando su patrimonio al hipotecar con ese propósito un inmueble de su propiedad.

De esa forma Narancio cumplió la promesa que les había hecho a los jugadores en el sudamericano de 1923, que si se consagraban campeones en el mismo los llevaría a las JJOO del ‘24. Y así sucedió.

Por supuesto que también fue muy importante la vocación asociacionista y solidaria de don Numa Pesquera, a la sazón Presidente de Nacional, que también recurrió a sus recursos personales para adelantar el dinero necesario para cubrir los gastos, de manera de hacer posible la gira previa por España (en la que los celestes obtuvieron 9 triunfos en 9 presentaciones) y la participación olímpica de nuestro fútbol, que contaba con futbolistas llenos de confianza en su poderío por ser los campeones sudamericanos del ‘23.

Así comenzó la fama bien ganada a nivel mundial de ser el país gestor del mejor fútbol desde los inicios del más popular de los deportes. Además, el fútbol uruguayo pasó a la historia porque el triunfo del 9 de junio del ’24, en la final olímpica contra Suiza fue inmortalizado por la Confederación Sudamericana de Fútbol, con la designación de esa fecha como el “Día del Fútbol Sudamericano”, un honor que contribuyó al nacimiento de su merecida fama mundial. Y por si fuera poco, el festejo y saludo de los campeones olímpicos uruguayos al público, recorriendo las tribunas del Estadio de Colombes, se constituyó en la tradicional  “Vuelta Olímpica” que en el futuro sería practicado por todos los vencedores en finales de campeonatos de fútbol.

La hazaña de 1923 a nivel sudamericano, conformó el temperamento y amor propio del plantel, que fue la base del que participó en la instancia olímpica de París y gestó el sueño mundialista triunfante en los albores de la historia del fútbol. Era un plantel que reunía condiciones técnicas muy competitivas, de gran calidad, que carecía de director técnico más allá del hecho que en ese entonces eran dirigidos por el consenso del plantel y de los dirigentes que definían la integración del equipo, que, para hacerlo aún más singular, no tenía preparador físico, sino que las funciones de tal las desempeñaba el golero Andrés Mazali.

El sueño uruguayo se concretó casi sin contar con recursos económicos, de la magnitud que exige una participación olímpica de esas características, pero esa carencia se suplía con voluntad de hierro, enorme confianza, gran sabiduría técnica y reconocido coraje, propio de quienes quieren con ilusión alcanzar la gloria para sí y para todos los uruguayos, en esta y en otras tantas oportunidades más, reconocida por el mundo entero.

Ese es el verdadero proceso del fútbol uruguayo que se puede denominar como tal.

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